Según cuenta una leyenda, hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo, cuando llego la Navidad Papa Noel no pudo repartir los regalos, nadie sabe cuáles fueron los motivos, pero todos los niños se quedaron sin juguetes y este hecho los puso muy tristes.
Este es el relato de aquel día y de aquella leyenda.
En el pueblo, siempre el día de Navidad, se juntaban todos los niños en la plaza, a jugar con sus juguetes nuevos, pero este año era diferente, estaba vacía, solo un niño estaba en ella, con un regalo muy grande, un tren. Su padre, que era el alcalde del pueblo, se había encargado de que para ese día su hijo tuviera el mejor regalo del mundo, unas vías que recorrieran el pueblo entero para poder jugar con su tren nuevo. El niño se monto en su tren y empezó a dar vueltas por todo el pueblo riendo y gritando lo bonita que era la navidad, los demás niños estaban muy tristes porque para ellos no había regalos, muchos se ponían a llorar cada vez que el tren pasaba por delante de sus casas, así es que sus padres corrieron las cortinas para que no lo vieran, pero no podían hacer nada con sus gritos de alegría. Pedro, uno de los niños más pequeños del pueblo, salió a la calle y cuando el tren pasó por delante de su casa dijo:
-¿Me dejas jugar contigo? Este año Papa Noel no ha venido a mi casa y no tengo regalos con los que poder jugar.
-¡Ni en broma!, este tren es mío y solo para mí. Si Papa Noel no te ha traído nada, eso es porque se ha olvidado de ti y de todos los niños del pueblo-, y se echo a reír. Mientras Pedro se puso más triste aún.
Entonces a su papa se le ocurrió la idea de que podían ir todos a la plaza del pueblo, donde los niños deberían de estar jugando con sus juguetes, pero como no los tenían, habría que hacer otra cosa. Llamo al resto de los padres les conto su idea.
-Pero no tienen juguetes, ¿Cómo los entretendremos?-decían la mayoría de ellos.
-Ya se nos ocurrirá algo-decían otros.
Así es que abrigaron bien a los pequeños y a regañadientes los sacaron de casa, pero cada vez que el niño del tren pasaba por delante gritaba más y más, para que así todo el pueblo lo oyera y los niños se pusieran más y más tristes.
Cuando llegaron a la plaza, ¿cuál fue su sorpresa? ¡¡Estaba toda cubierta de nieve!!, era la única parte del pueblo que lo estaba, los niños se pusieron muy contentos y empezaron a corretear, hacer bolas de nieve y a tirárselas los unos a los otros, otros niños se tiraban al suelo y dibujaban ángeles agitando los brazos y las piernas, un grupito se dedico a hacer un gran muñeco de nieve, pero cuando lo acabaron se dieron cuenta de que no tenían ni el sombrero, ni la zanahoria, ni los botones.
-Papá nos hacen falta un sombrero- dijo Pedro - y una zanahoria y unos botones grandes para poder terminar el muñeco de nieve.
-Pues ahora mismo voy a casa y os los traigo, no os preocupéis.- El padre de Pedro dio media vuelta para ir a por lo que le habían pedido los niños y cuando ya salía de la plaza, empezó a oír un gran estruendo a su espalda. Era el niño del tren que pasaba por la plaza y viendo como todos los niños se lo estaban pasando tan bien, empezó a tocar la campana para así llamar la atención. Pero estaban tan entretenidos jugando con la nieve que no le hacían caso, eso enfureció mucho al niño del tren, “No puede ser que se lo estén pasando también con algo tan simple como la nieve” pensó, pero así era. Paró el tren y se fue hacia Pedro, el niño que antes le había pedido subir a su tren y le dijo que esa nieve no era tan divertida como su nuevo tren y que ahora sí que le dejaba subirse y dar todas las vueltas que quisiera. El niño le dijo que ya no quería su tren, que ya tenía su regalo de navidad y que Papa Noel sí que se había acordado de él y de los demás niños.
El padre de Pedro, que salía de la plaza camino a su casa para buscar las cosas que faltaban para terminar el muñeco de nieve, se giro cuando oyó a su hijo que le gritaba que volviera, que ya no hacía falta que fuera.
-¿Ya tenéis todo lo que necesitáis?-pregunto.
-Si-dijeron los niños-ese señor de rojo de allí nos lo ha dado todo. El hombre se acerco al señor de rojo, para darle las gracias. Iba vestido todo de rojo, con una gran barriga y una larga barba blanca y espesa, llevando un saco, también rojo, a su espalda. Miro un poco más allá, vio un trineo tirado por renos y el primero de ellos tenía la nariz del mismo color que el traje de aquel misterioso señor.
-Espero que no le importe que le de las cosas que necesitan los niños- dijo el señor de rojo.
-No se preocupe por eso, este año nuestro niños no han sido visitados por Papa Noel y hemos tenido que improvisar una fiesta de navidad y ha sido una suerte que esto estuviese nevado, eso nos ha ayudado mucho, lo raro es que solo está nevada esta parte del pueblo, no tengo ni idea de porque, pero ha sido una suerte.
- Si que ha sido suerte, si –dijo es señor de rojo, mientras se iba hacia su trineo, se sentaba en él y gritaba – Adelante Rudolph, Bailarín, Alegre y todos los demás, ¿Qué tal si nos vamos a casa? – Toda la gente de la plaza se giro y vieron como la nariz del primer reno se iluminaba y el trineo salía despedido por la calle, al tiempo que las patas de los renos se comenzaban a despegar del suelo.
- Pues va a ser que no ha sido coincidencia, Feliz Navidad a todos – dijo mientras se agachaba para coger un poco de nieve y se lo tiraba a su hijo, que reía a carcajadas, siendo el niño más feliz de mundo, y sin la necesidad de subirse a ningún caro tren.
Ascensión Gómez
1º de Aux. Enfermería
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